La
epilepsia canina es una de las enfermedades neurológicas más antiguas que se
conocen. La epilepsia canina se manifiesta por movimientos corporales no
coordinados, pérdida o alteración de la conciencia y en ocasiones
hiperactividad del sistema nervioso autóctono. El origen de un foco epiléptico
puede ser por un defecto congénito, traumas, alteraciones inflamatorias debidas
a enfermedades infecciosas, abscesos, neoplasias o alteraciones vasculares.
Existen
tres etapas de un ataque epiléptico. El primero es el “aura", en esta
etapa se presentan ciertos signos indicativos del inicio del ataque como son:
inquietud, nerviosismo, temblores, salivación y no coordinación. Dichos signos
pueden persistir unos segundos o varios días. La segunda, se conoce con el
nombre de "ictus" (ictal) y se refiere al ataque en sí. Esta etapa
puede durar unos cuantos segundos o varios minutos. Durante un episodio, el
perro suele caer sobre un costado y presenta una respuesta motora involuntaria.
El perro producirá una salivación excesiva y puede perder el control sobre sus
esfínteres anal y urinario. Todos estos actos son inconscientes por lo que el
animal pierde relación con el medio ambiente. La tercera es la etapa
"postictal" que se caracteriza por un periodo de confusión,
desorientación, excesiva salivación, inquietud, falta de respuesta a los
estímulos ambientales y en algunos casos ceguera.
Se
recomienda esterilizar tanto a machos como a hembras porque las crisis
epilépticas también se pueden iniciar por efecto de las hormonas.
Cuando
se da el episodio hay que llevar urgentemente al animal al centro veterinario,
pero primero deberá mantener la calma y despejar la zona para evitar que se
golpee con artículos que existan a su alrededor como muebles u otros objetos.
Durante el ataque el animal atraviesa una enajenación en donde desconoce a su
dueño y al medio que lo rodea, por lo que no conviene tocarlo, sólo observar la
duración, para establecer un tratamiento y dosis adecuados.
El
tratamiento consiste en la administración de anticonvulsivantes. Estos medicamentos
impiden de alguna manera que las neuronas epilépticas disparen y diseminen sus
descargas eléctricas. En la actualidad, existen muchos medicamentos en el mundo
destinados a este objetivo. En el perro y gato, el principal corresponde al
Fenobarbital, el cual debe otorgarse dos veces al día y mínimo durante 6 meses.
Este tiempo es el que requieren las neuronas epilépticas para que “aprendan” a
no convulsionar. Otro medicamento es el Bromuro de potasio.
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